sábado, 12 de mayo de 2007

Sobre poder, palabras y silencio

Hace unas pocas semanas, después de que le mandara un artículo que bromeaba sobre algunas costumbres filipinas, mi amigo Jason me escribió diciendo que aunque el autor decía algunas verdades, el hecho de que era un hombre británico “cachondeándose” de los filipinos era en si problemático. A partir del email de Jason, lo que yo interpreté fue que aunque algunas de las cosas mencionadas en el artículo eran divertidas, el contexto en el que estaban siendo “diseminadas como conocimiento” le molestaba. En otras palabras (y corrígeme si estoy meando fuera de tiesto, Jason), es relativamente fácil para un hombre británico hacer bromas de “cosas” filipinas ya que lo más probable es que sus lectores (sobretodo sus paisanos u otros occidentales) las verán como barbáricas, irracionales o estúpidas. Si las mismas afirmaciones hubiesen sido hechas por un filipino no habría ningún problema, y tampoco pasaría nada por reírse al leerlas.

Después de leer el email de Jason, conociéndolo como lo conozco, tenía sentimientos mezclados. Por un lado, pensaba que no pasa nada por reírse de cualquier cosa de vez en cuando, sobretodo teniendo en cuenta que el filipino que me mandó el artículo lo encontró divertidísimo. Por otro lado, entendí perfectamente a qué se refería Jason. La ubicación desde la que hablamos afecta el resultado y las consecuencias de nuestras palabras, incluyendo las bromas y los chistes. No quiero hablar sobre los méritos (o ausencia de ellos) de ser políticamente correcto. Para mí, aquí, ahora, el tema no es qué decimos o como lo decimos, sino más bien qué sabemos, qué aprendemos, cómo nos sentimos y cómo actuamos a raiz de todo ello. Perdonadme por esta introducción tan larga. Como seguramente ya sabéis, lo de ser concisa no es uno de mis puntos fuertes.

Desde que empecé este viaje llamado tesis, he repetido de manera incesante (a mí misma y a quien fuera que me quisiera escuchar) que no quiero hablar de los filipinos. ¿Quién soy yo para decir cómo son los filipinos o porqué hacen las cosas de la manera en que las hacen? Más bien, quería investigar el Estado para así poder entender el poder, como se organiza el poder y como se ejecuta sobre la gente. Dicho así, parece que simplemente me podría haber centrado en el aparato estatal, sus estadísticas, sus documentos y sus “protagonistas” para poder llegar así a algún tipo de conclusión. No obstante, de alguna manera sentí que sería interesante (y necesario) intentar entender el Estado desde abajo. Dicho de otra manera, preguntar a las trabajadoras domésticas filipinas cuáles han sido sus experiencias como migrantes para así poder entender como éstas son moldeadas por leyes supuestamente injustas y opresivas (o la manera que el Estado tiene de aplicar estas leyes). Bueno, pues para poder escuchar las experiencias de la gente necesito que la gente hable conmigo ¿no? Y para que eso pase, necesito que la gente confíe en mí (por lo menos un poquito) ¿no? Pues ahí es donde estoy estancada.

¿Cómo se me pudo ocurrir alguna vez que alguien estaría interesado en compartir sus experiencias de vida con alguien que acababan de conocer? ¿En qué estaba pensando cuando di por hecho que de alguna manera se darían cuenta que llegaba con buenas intenciones y que (mágicamente) decidirían que se sentían seguros siendo honestos conmigo? ¿Cómo se me pudo ocurrir que la gente tendría interés en, de manera automática, darme el poder, sí, el poder, para pensar, hablar, escribir, o sentir lástima de ELLOS? En estos momentos, la única respuesta que se me ocurre es un “No lo sé, no sé en qué estaba pensando, pero sé que estaba equivocada”. No obstante, para poder entender como sus vidas están siendo afectadas por el Estado, necesito que hablen conmigo, necesito que me digan la verdad, y no sé como conseguir eso. De hecho, no estoy segura de merecer ser capaz de conseguirlo. Simplemente parece demasiado fácil y arrogante pensar que podía venir aquí un par de meses y darle (o encontrarle) sentido a todo. Por otro lado, hay una cosa, sólo una cosa, que me gustaría que entendieran, y es que me importa, todo esto me importa. No estoy segura de tener la fortaleza o la capacidad para que me importe hasta el final, pero me importa, y me importa mucho. Me importa, y me preocupa, la manera en la que está organizado el mundo. Me importan la libertad y el comfort que la mayoría de nosotros damos por sentados. Me preocupa la injusticia, y las heridas impuestas en los cuerpos y las mentes de muchas mujeres, me importa y me preocupa el silencio que rodea a tantas cosas terribles que están pasando en Filipinas, en España y en Estados Unidos. Me importa como investigadora, pero sobretodo como persona.

Y a pesar de todo, sé que es mucho más complicado que eso, que es más profundo que eso, y por alguna razón no soy capaz de acabar de entenderlo o de ponerlo en palabras. Simplemente me da la sensación de que las cosas no pueden ser tan fáciles como decir que me importa. Me entristece verte llorando y preguntándote qué coño estoy haciendo aquí. Me entristece que te preguntes porqué estoy tomando fotos y notas, y si voy a usar mi información sobre TI de alguna manera que pueda perdujicarTE o a TU familia o a TU movimiento. Pero ¿sabes qué? es sólo mi ego hablando. De una manera a menudo auto-indulgente, me gusta pensar que soy una persona crítica y progresista, y me gustaría que tú me vieras de la misma manera, que me hicieras de espejo para que pudiera sentirme bien con lo que veo reflejado en tus ojos. Quiero que me valides. Y ya ves, tengo que superarlo. Lo que queda encima de la mesa, no obstante, más allá de mi frustración por ser una extranjera perenne, es el hecho de que tú necesites preguntarte y dudar de mí: tu necesidad de auto-protección y sospecha. Y entonces soy yo la que se pregunta sobre las historias, sobre las razones tras tu necesidad de preguntarte y dudar… Pero ésas son precisamente sobre las que no quieres hablar…

Gracias por abrir la puerta, aunque sólo sea un poco. Me estás enseñando e inspirando tanto, incluso cuando te quedas en silencio. De hecho… especialmente cuando te quedas en silencio. Es entonces cuando me pones en mi sitio. Y me lo merezco.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sndra hija se me pone carne de gallina, al leer tus reflexiones sobre tus vivencias. Los sentimientos encontrados que describes, el amor que transmites, y la emoción que pones al explicarlo, repito hija mia, a mi, me emociona y me enorgullece enormemente, Sandra no lo dudes!, te abriran la puerta, y ademas de par en par!, como te mereces!, por lo haces y lo dices con el corazón.
Sandra no cambies!, pero no olvides que algunas cosa són, incambiables....
Un abrazo muy fuerte
.La mama

Anónimo dijo...

No me cabe la menor duda de que una de las peores arrogancias es la del que cree que "investiga", el "interprete" de las realidades, como si estas fueran un violin o un piano o un tambor que ademas de "tocarse", han de "interpretarse". Como si fuera una especie de "elegido" que transforma la vida cotidiana de los demas en algo que nos atrevemos a llamar "conocimiento". La pregunta primera (o ultima) no es por el "otro", es por la "mismidad", es por "uno", que cree que mira al "otro"... solo nos buscamos, y nos vemos, en los ojos del "otro". Por lo menos saber(se) arrogante, (re)conocerlo, es otorgarle (re)conocimiento a la duda, a la sospecha y a la desconfianza del "otro". Sin ese (re)conocimiento minimo no tiene sentido adentrarse en la vida de los demas. El "espejo" es mutuo, tus ojos tambien son su espejo. abre bien los ojos, no para que mires, sino para los demas se vean (tambien).